El
piano, el jazz y la pianola. Germán Fernández.
El
ruido antipático, que peneira en los nervios haciéndolos
contorsionar dolorosos, de esas pianolas-automatismo y corriente
alterna-que a empujones van lanando-hechas virutas ruidosas-las notas
con que ses alimentan sus vientres alámbigos han tomado posesión de
las calles del mundo, en avalancha de estridencias que crispan,
Beethoven es un rollo y su genio gira en un eje de papel higiénico.
Primero
fue el buen catador de café quien tuvo necesidad de aguantar el
plano agrio llano de “Lies” mecánicos instalando en el
establecimiento a donde solía concurrir. Luego fueron los vecinos
pacíficos quienes hubieron, forzosamente, de velar martirizados en
el potro torturante de ruidos inexorables y gritos grotescos. Ahora,
es toda la población la que aguanta, pacientemente, esa música sin
alma que produce la electricidad en una falsa caja musical, esa
deformación telegráfica de los sueños órficos.
El
piano donde posaron sus dedos maravillosos Rubinstein y Paderewsky va
empolvándolo el olvido, sustituyéndole, entre carcajadas
histéricos, su imitadora: la pianola.
Ayer,
el piano hacía danzar rítmicamente a la Humanidad. Hoy, la pianola,
neuróticos que ríe blasfemias hechas sonidos falsos, desarticula
los cuerpos en danzas histriónicas y bufonescas. Ya nada es bello en
la danza. Ni el movimiento, ni la figura, ni el ritmo. Desapareció
totalmente la estética de la danza, al desaparecer los elementos que
la alimentaban. Primero el “jazz-band” horreado, tropical e
intruso. Ahora la pianola monstruosa, fría y deforme, va dando al
traste con aquellos recuerdos de noches de belleza en Versalles y en
las fiestas de los dioses (…). Los empujó hacia el olvido, con sus
manazas incansables y deformes, la pianola hecha ruido por obra y
gracia de un motor. La música, que volaba, es ahora molida en un
aparato multurador.
(El
Pueblo Gallego 25.9.1926)
© Ana Bande
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