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Beethoven
en 1927. Jesús Bal El Pueblo Gallego, 29.3.1927
De
Bach a Beethoven sabemos la historia. Sabemos cómo el concepto de la
música evolucionó paralelamente al concepto del mundo. Estos
paralelos-que no siempre se pueden establecer, hay que advertirlo,
-tienen la virtud de darnos a grandes trazos el carácter de una
música determinada. Seguramente en la actualidad se están dando
músicas que desde el fondo del futuro no podrán verse paralelas a
la línea que define el carácter de estos tiempos. Podrán
únicamente alcanzar una cierta correlación gracias a que una de las
características de los años que vamos viviendo es que todo encaja y
todo se exalta en este vivir acelerado y multiforme. Por el
contrario, la música de Beethoven se encuentra bien ligada por
innegables relaciones de paralelismo al momento de la evolución de
la humanidad, mejor de la cultura europea, que la vio nacer.
En
aquel tiempo la humanidad se sintió desazonada, con un hormigueo
profundo que no le permitía fijar ideas, antes bien, la hacía
estarse disparando constantemente hacia ideas apenas vislumbradas
pero fuertemente presentidas. Estas ideas sugería a su vez otras
nuevas, las cuales, al ir a ser captadas, se esfumaban en una nueva
sugestión. Y así indefinidamente, creando un irritante estado
saudoso que constituye el motor de la época, bien que un motor (…)
y atáxico, incapaz de salvar conscientemente distancias determinadas
de antemano. En este caótico bullir fue asomando el alma humana a
fuerza de sentirse protagonista en el escenario del mundo, hasta el
punto de erigirse en principio y fin de todos aquellos movimientos
desordenados. Así la confesión, la autobiografía se constituyó en
tema de arte o de filosofía al mismo tiempo que se comenzó a
contemplar de nuevo la naturaleza, claro que ya a través del
cristales personalísimos. El hombre surgió vestido con mayúscula.
Aun aquellos temas que venían de aristocracias anteriores se
transformaron convenientemente hasta ser asimilables para la multitud
que los percibió en comunión. Un movimiento de generosidad permitía
todas las cosas. Cuando desde nuestro tiempo miramos para aquella
época ferviente, quedamos sorprendidos en ver e ella un movimiento
interno tan intenso, una tan sobrehumana pero al fin humana siempre,
actividad de las almas, sorprendidos, nosotros, hombres de una época
que creemos única por su sensibilidad extrema y su movimiento
vertiginoso.
En
tales momentos de exaltación integral se fueron dibujando de un modo
creciente unas cuantas ideas menos imprecisas que las que hasta
entonces había suscitado la comezón de aquellas gentes. Por ejemplo
la libertad, la fraternidad. El ansia de alas para el hombre, el
ansia de corazones para el corazón. Así en arte acaeció el
reiterado intento de ascensión -no del propio arte sino del
artista-impulsado por la creciente necesidad de oxígeno para su
respiración profunda y agitada. Mas una agonía en él: ascendía
hacia un cielo sin Dios. Teniendo que crear uno al llegar a aquellas
alturas volvió los ojos hacia la tierra. Allí estaba la humanidad.
El dios quedaba inventado.
Hoy
puede parecer un poco absurdo que un artista haya salido a buscar lo
que está fuera del arte. Sin embargo, eso ha sucedido reiteradamente
en aquel período. Beethoven habla siempre en romántico. Considera
el arte, su arte, en el que tanta fe tenía, como medio excelso de
expresión humana y como accidente que encubre la verdadera
sustancia, alimento para la humanidad. Lo tiene por lazo cordial para
las masas, por expresión de la armonía. Poco amigo de lo aparatoso,
de lo teatral o teatralizable, nos parece, empero, un vibrante
augurio de Ricardo Wagner. Claro que entre ambos hay más de una
diferencia esencial, como son las beethoviana intimidad del
pensamiento-y una necesidad de confesión mucho más honda en el
músico de la Novena que en el de “Parsifal”. Wagner puede
parecer inhumano. Beethoven, siempre humano, a veces sobrehumano.
Beethoven extrae siempre de su interior la música. En ella, hecho
muchas veces “ella”, sale envuelto el verdadero núcleo de la
obra: un sentimiento humano que se dispersa en todas direcciones
prodigando estelas de simpatía hacia todos los puntos de la
humanidad. Unas veces el huracán sonoro se despeina en una rosa de
los vientos y agita con una fuerza de profeta todas las cosas
animadas. Otras se convierte en brisa interna, clara o sombría, que
se busca a sí misma. Es el acto creador, no se repite en cada
sinfonía, en cada soneto, en cada cuarteto. Y no sabe uno que es más
conmovedor, si el grito heroico o la heroica sonrisa. Unas veces es
el rey Lear, elocuente bajo los rayos Otras Hamlet, introspectándose
bajo el cielo trémulo. Una pregunta: ¿se ha meditado lo hamletiano
que resulta el famoso cuarteto que comienza sobre las palabras “Muss
es ein”? ¿no siena al torturado “to be or not to be”? Tremenda
capacidad de soliloquio.)
Veamos
ahora cómo han nacido esas obras titánicas. Para un artista o para
un crítico de estos tiempos la parte más tentadora es el festín
beethoveniano será siempre la persecución de la técnica. Una
sugestiva partida cinegética será la persecución de esa
técnica-técnica en cuanto “modo de expresión del concepto
beethoveniano del mundo”-saber dónde termina la inspiración y
donde comienza el truco. Me conviene advertir que, desde luego, creo
en una parte “inspirada”-no por las musas, claro está, sino por
el “sentimiento” del propio Beethoven-y que esa parte es debida
al Beethoven hombre y no al Beethoven músico. El caso opuesto a
Mozart. El músico salzburgués es un inspirado, pero inspirado sólo
por y para la música. No así Beethoven. De este podrá´pensarse
que todo cuanto quería decir lo decía en música. Mozart también
lo dijo todo en música. Pero nunca quiso decir cosas que no fuesen
musicales. Por eso se nos ofrece más fácil el descubrimiento de los
trucos mozartianos, mientras que los de Beethoven unas veces tienen
aire de haber sido utilizados deliberadamente y otras se confunden
escalofriantes con lo más hondo del sentimiento del músico.
El
caso de Beethoven es tal vez el que más nos mueve a creer en el
poder taumatúrgico de la emoción en el acto creador. Parece ser que
la generosidad cordial ha encontrado merced a su voluntad de
expresarse, un modo expresivo del todo identificado con ella. Un
medio de expresión que de indirecto que era, comparado con e truco,
pasó por su propio poder, a ser directo. Todo esto no quiere decir
que Beethoven no haya empleado alguna vez el truco, el resorte, y que
en algunas ocasiones la inspiración no haya desviado peligrosamente
las aguas expresivas. Pero todo ello en contadísimos casos-que lo
normal característico en Beethoven es un fuerte contenido
sentimental perfectamente traducido al exterior por magníficas
formas musicales.-En esas formas la emoción ha sabido suplir en
momentos comprometidos, alguna posible falta en la técnica.
El
ímpetu con que están escritas todas las obras del músico de Bonn
hace pensar que su autor alcanzó en muchos momentos una tremenda
calidad de superhombre. Superhombre como humanidad exaltada y
superhombre por la precisión y amplitud en la expresión de esa
humanidad tremebunda. El romanticismo con el logra dar uno de los más
gigantescos ejemplares de hombre y de artista de aquella época.
Pero
tras aquellos momentos magníficos y los que siguieron para cumplir
su decadencia, la reacción de los artistas contra la autobiografía
comenzó a dibujar un desdén contra los músicos y huracanados.
Después de Humanan, de Cho pin, de Berlioz-que en muchos momentos ya
sólo cultivaron un romanticismo de la forma-esa reacción se fue
acusando progresivamente. En Saint-Saens se formula clara y
terminante y llega dominando hasta los músicos de hoy. La
impasibilidad, la lucidez del artista en el momento de la creación
preconizada en estos tiempos por Valéry y en otros más lejanos por
Diderot, constituye, a mi modo de ver, lo más admirable, lo mas
noble del arte de estos momentos. ¡que atrás se ha quedado
Beethoven con su técnica limitada y su sentimiento sin límites! Al
lado del arte intelectual de Ravel o de Schoenberg, la música
beethoviana adquiere un aire de fenómeno, de “caso”, de arte
instintivo antes que nada. Frente a las sabias arquitecturas
modernas, esa música resulta turbia, caliente y hasta un poco
amorfa. Sus alas tienen un cierto efecto disgregador. Claro está que
esto ha de entenderse comparándola con las características muestras
de los músicos de hoy-y no de todos-que han llevado la “justeza”
musical a un grado que muy pronto dado un paso más se hará
irrespirable.
Hoy
Beethoven ha muerto. Y a muerto “del corazón”. Diagnóstico de
hombres modernos.
Con
cuanto desdén el músico de la “Appassionata” ha sido enterrado
por las generaciones que nos precedieron no nos importa ahora.
Bástenos con el simple hecho del enterramiento, evidente aunque en
muchas ocasiones no se haya hablado de él todo lo debido.
Seguramente la iconoclastia se ha quedado oculta tras ciertas
máscaras teorizantes. No ha habido iconoclastia en la intención,
pero sí en las consecuencias. Donde dice: “Todo “viva tal”
lleva consigo un “abajo tal”.¿qué ha significado en realidad el
famoso retorno a Mozart y la actualísima vuelta a Juan Sebastian?
¿Se pueden exaltar las normas del “Cantor” a la vez que las del
músico de la Quinta? Ravel, por ejemplo, ha dado con su mozartismo
la más patente prueba de desinterés por Beethoven-el Beethoven del
huracán cordial, se entiende-y es lo mismo que si hubiera organizado
una campaña antibeethoviana con mítines y todo. Aunque en otro
orden, es el mismo caso de Valéry hablando de la Fontaine ¿Es que
no quería decir algo mas que “viva La Fontaine”? Y más reciente
todavía el caso de Stravinski con su reiterada sequedad y ese culto
de la fuga que va inoculando en las más recientes promociones
europeas.
Ante
este medio hostil, parece que sobre Beethoven ha muerto ha caído una
tal cantidad de tierra adversa que se diría incapaz de resurrección.
Mientras las multitudes agradecidas le adoran con frenesí, los
músicos parecen decididos a no acordarse de él. Si se le menciona
es en terrenos exclusivamente técnicos o históricos. Pero pocos,
poquísimos, le aluden con creaciones propias.
Mas
en estos últimos años el jazz-band se ha ido introduciendo en
nosotros hasta un extremo que ignoramos a pesar de haberse hablado ya
bastante de esa invasión. Es la invasión de la música elemental
que a grandes voces entró buscando al hombre primitivo.
Me
parece indudable que para gustar ese refinamiento musical que
constituye el jazz-band hay que saber poner al descubierto nuestro
hombre elemental primitivo, nuestro ser despojado de su cultura vieja
de tantos silos. Y no hay paradoja. Por refinamiento lo hemos
admitido jubilosamente en el área de nuestras fruiciones estéticas.
Pero esto no quiere decir que esa música sea a su vez refinada como
lo sería, fatalmente, el producto que para equivalerle pudiéramos
obtener nosotros. Como un alto en nuestra progresión hacia nuevas
músicas necesitamos ese aire juvenil atlético natural, esa sencilla
pero fuerte expresión del profundo dinamismo de nuestra alma tras
tanto tiempo ya de recreaciones estéticas sobre la periferia de la
música. Al mismo tiempo que constituye un maravillosa invención de
formas y por tanto es capaz de satisfacer nuestra creciente
curiosidad hacia nuevos hitos deleitosos, el jazz nos pone en
movimiento, acelera nuestro ritmo vital frente al arte, nos apasiona
en una palabra. Es la música que más nos hace bailar.
Por
otra parte, la música negra con sus virtudes “humanas” es en el
presente un alimento del cual gustan a un tiempo multitudes y
minorías. Es una música que se da a todos en comunión y por todos
es saboreada y entendida ¿y no se está repitiendo entonces el
fenómeno antes sólo característico de la música beethoviana”?
Músicas dinámicas ambas, ambas movimiento apasionado, human, tienen
también las dos la máxima afinidad para las multitudes.
El
jazz venido de la naturaleza a medios sensuales y opulentos, realiza
sin embargo uno de los ideales quizá todos, de la música soviética.
El patetismo elemental con una forma brusca, agria de expresión,
que es anhelo de los artistas rusos de este momento se halla logrado
certeramente en el jazz-band. Ese anhelo, a su vez, no es otro que el
que latía en Beethoven, el músico de la revolución. Por eso él es
uno de los músicos más tocados hoy en Rusia. Aún está bastante
reciente el caso de un auditorio de obreros y soldados que tras la
ejecución de la Novena pedía frenético su repetición íntegra.
Coincidiendo
con el actual triunfo del jazz, Stavinski hace sus mejores cosas. Ya
nos lo habíamos tropezado hace un momento encontrándolo por su
sequedad lo bastante lejano de Beethoven para poder establecer una
comparación entre ambos. Sin embargo como apunta Pasmanik-Bespalova,
bien pudiera suceder que en Stravinsky hubiese una emoción, si
difícil de ver actualmente, quizá ostensible en un no lejano
futuro. Ya hoy se reconoce en él una “fuerza” rara en los demás
compositores contemporáneos. Esta fuerza me parece de pura estirpe
beethoviana. Y de ningún modo nos despistará la atracción de
Stravinski por la fuga. Bach es otra cosa que ciertamente no
desconoce Stravinski.
Al
lado de ese, otros músicos jóvenes comienzas a apasionar un poco
la música, a galvanizarla un tanto. Uno de ellos, Honneger, el más
beethoviano de los músicos últimos. Un profundo temperamento
musical, arraigado de la tradición más pura y abierto a las
sugestiones todas del “profundo hoy”. Sus últimas obras muestran
una pasión en creación, una elocuencia expresiva que quizá ningún
otro músico desde Beethoven poseyó en tan alto grado. Y su fuerza,
como en Beethoven, no proviene de una gran invención técnica, sino
de ciertas causas internas que son las que predominan en toda su
obra. Por lo que diré ahora. Honneger me parece sobre todo un músico
para el porvenir.
En
el inevitable movimiento de reacción que se ha de producir dentro de
unos años contra la actual estética del logaritmo y el resorte, la
pasión -la pasión moderna en la que los más elementales instintos
juegan el papel más caracterizador y en la que el corazón ya no
late una nota de color, y de calor entra la sabia técnica cada día
mas depurada y entonces, con ese anhelo de la expresión de un humano
patetismo nada sentimentaloide, se volverá los ojos hacia la noble
postura de Luis van Beethoven y en ella se atarán todas la nuevas
actitudes que es posible augurar para los futuros músicos. La obra
de amplio aliento, monumental como una locomotora, como un puente o
una dinamo, estremecida con temblor universal vendrá a substituir
por unos años a la exquisita intima, limitada de las escuelas hoy
más triunfantes.
No
se trata-Dios no lo permita-de un retorno a algo, y menos al
romanticismo. La autobiografía como materia de arte está
francamente desacreditada y aunque no lo estuviera por gentes
anteriores a nosotros bastaría el espíritu de hoy para lograr su
descrédito. Lo que seguramente se avecina es un arte “integral”
en el que la fuerza creadora adquiere un valor conveniente que de a
la obra musical un aire menos frio que el que hasta ahora se ha
venido adoptando. Me cuento ciertamente entre los más entusiastas
defensores de suscitar en nosotros una cierta emoción con sólo
oprimir unos resortes, sin emocionarse él es muestra de un gran
dominio de la técnica y de un maravilloso grado de lucidez menta.
Practicar esa estética ha sido algo tan conveniente para el hecho,
seguramente se hubiera operado un gran descenso en la pare de la
historia de la música que nos está correspondiente. Merced a ello
las más nuevas generaciones se encuentran hoy en posesión de una
técnica riquísima que saben manejar seguramente. Pero la reacción
es inevitable. El aire cada vez más enrarecido en el delicado fanal
de la estética necesita ser renovado con nuevos soplos vivificantes.
Y esto es lo que , tal vez se está fraguando para un próximo
futuro. La fuerza creadora, discurriendo por entre una teórica firme
y dilatada puede llegar a dar obras todavía inconcebibles hoy, pero
que se presienten fatales. No creo equivocarme al señalar la la
centuria que ira de este 1927 al 2027 como la de una “cierta
resurrección de Beethoven”
(El
Pueblo Gallego, 29.3.1927)
© Ana Bande
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