jueves, 5 de junio de 2014

Beethoven en 1927. Jesús Bal El Pueblo Gallego, 29.3.1927

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Beethoven en 1927. Jesús Bal El Pueblo Gallego, 29.3.1927

De Bach a Beethoven sabemos la historia. Sabemos cómo el concepto de la música evolucionó paralelamente al concepto del mundo. Estos paralelos-que no siempre se pueden establecer, hay que advertirlo, -tienen la virtud de darnos a grandes trazos el carácter de una música determinada. Seguramente en la actualidad se están dando músicas que desde el fondo del futuro no podrán verse paralelas a la línea que define el carácter de estos tiempos. Podrán únicamente alcanzar una cierta correlación gracias a que una de las características de los años que vamos viviendo es que todo encaja y todo se exalta en este vivir acelerado y multiforme. Por el contrario, la música de Beethoven se encuentra bien ligada por innegables relaciones de paralelismo al momento de la evolución de la humanidad, mejor de la cultura europea, que la vio nacer.
En aquel tiempo la humanidad se sintió desazonada, con un hormigueo profundo que no le permitía fijar ideas, antes bien, la hacía estarse disparando constantemente hacia ideas apenas vislumbradas pero fuertemente presentidas. Estas ideas sugería a su vez otras nuevas, las cuales, al ir a ser captadas, se esfumaban en una nueva sugestión. Y así indefinidamente, creando un irritante estado saudoso que constituye el motor de la época, bien que un motor (…) y atáxico, incapaz de salvar conscientemente distancias determinadas de antemano. En este caótico bullir fue asomando el alma humana a fuerza de sentirse protagonista en el escenario del mundo, hasta el punto de erigirse en principio y fin de todos aquellos movimientos desordenados. Así la confesión, la autobiografía se constituyó en tema de arte o de filosofía al mismo tiempo que se comenzó a contemplar de nuevo la naturaleza, claro que ya a través del cristales personalísimos. El hombre surgió vestido con mayúscula. Aun aquellos temas que venían de aristocracias anteriores se transformaron convenientemente hasta ser asimilables para la multitud que los percibió en comunión. Un movimiento de generosidad permitía todas las cosas. Cuando desde nuestro tiempo miramos para aquella época ferviente, quedamos sorprendidos en ver e ella un movimiento interno tan intenso, una tan sobrehumana pero al fin humana siempre, actividad de las almas, sorprendidos, nosotros, hombres de una época que creemos única por su sensibilidad extrema y su movimiento vertiginoso.
En tales momentos de exaltación integral se fueron dibujando de un modo creciente unas cuantas ideas menos imprecisas que las que hasta entonces había suscitado la comezón de aquellas gentes. Por ejemplo la libertad, la fraternidad. El ansia de alas para el hombre, el ansia de corazones para el corazón. Así en arte acaeció el reiterado intento de ascensión -no del propio arte sino del artista-impulsado por la creciente necesidad de oxígeno para su respiración profunda y agitada. Mas una agonía en él: ascendía hacia un cielo sin Dios. Teniendo que crear uno al llegar a aquellas alturas volvió los ojos hacia la tierra. Allí estaba la humanidad. El dios quedaba inventado.
Hoy puede parecer un poco absurdo que un artista haya salido a buscar lo que está fuera del arte. Sin embargo, eso ha sucedido reiteradamente en aquel período. Beethoven habla siempre en romántico. Considera el arte, su arte, en el que tanta fe tenía, como medio excelso de expresión humana y como accidente que encubre la verdadera sustancia, alimento para la humanidad. Lo tiene por lazo cordial para las masas, por expresión de la armonía. Poco amigo de lo aparatoso, de lo teatral o teatralizable, nos parece, empero, un vibrante augurio de Ricardo Wagner. Claro que entre ambos hay más de una diferencia esencial, como son las beethoviana intimidad del pensamiento-y una necesidad de confesión mucho más honda en el músico de la Novena que en el de “Parsifal”. Wagner puede parecer inhumano. Beethoven, siempre humano, a veces sobrehumano. Beethoven extrae siempre de su interior la música. En ella, hecho muchas veces “ella”, sale envuelto el verdadero núcleo de la obra: un sentimiento humano que se dispersa en todas direcciones prodigando estelas de simpatía hacia todos los puntos de la humanidad. Unas veces el huracán sonoro se despeina en una rosa de los vientos y agita con una fuerza de profeta todas las cosas animadas. Otras se convierte en brisa interna, clara o sombría, que se busca a sí misma. Es el acto creador, no se repite en cada sinfonía, en cada soneto, en cada cuarteto. Y no sabe uno que es más conmovedor, si el grito heroico o la heroica sonrisa. Unas veces es el rey Lear, elocuente bajo los rayos Otras Hamlet, introspectándose bajo el cielo trémulo. Una pregunta: ¿se ha meditado lo hamletiano que resulta el famoso cuarteto que comienza sobre las palabras “Muss es ein”? ¿no siena al torturado “to be or not to be”? Tremenda capacidad de soliloquio.)
Veamos ahora cómo han nacido esas obras titánicas. Para un artista o para un crítico de estos tiempos la parte más tentadora es el festín beethoveniano será siempre la persecución de la técnica. Una sugestiva partida cinegética será la persecución de esa técnica-técnica en cuanto “modo de expresión del concepto beethoveniano del mundo”-saber dónde termina la inspiración y donde comienza el truco. Me conviene advertir que, desde luego, creo en una parte “inspirada”-no por las musas, claro está, sino por el “sentimiento” del propio Beethoven-y que esa parte es debida al Beethoven hombre y no al Beethoven músico. El caso opuesto a Mozart. El músico salzburgués es un inspirado, pero inspirado sólo por y para la música. No así Beethoven. De este podrá´pensarse que todo cuanto quería decir lo decía en música. Mozart también lo dijo todo en música. Pero nunca quiso decir cosas que no fuesen musicales. Por eso se nos ofrece más fácil el descubrimiento de los trucos mozartianos, mientras que los de Beethoven unas veces tienen aire de haber sido utilizados deliberadamente y otras se confunden escalofriantes con lo más hondo del sentimiento del músico.
El caso de Beethoven es tal vez el que más nos mueve a creer en el poder taumatúrgico de la emoción en el acto creador. Parece ser que la generosidad cordial ha encontrado merced a su voluntad de expresarse, un modo expresivo del todo identificado con ella. Un medio de expresión que de indirecto que era, comparado con e truco, pasó por su propio poder, a ser directo. Todo esto no quiere decir que Beethoven no haya empleado alguna vez el truco, el resorte, y que en algunas ocasiones la inspiración no haya desviado peligrosamente las aguas expresivas. Pero todo ello en contadísimos casos-que lo normal característico en Beethoven es un fuerte contenido sentimental perfectamente traducido al exterior por magníficas formas musicales.-En esas formas la emoción ha sabido suplir en momentos comprometidos, alguna posible falta en la técnica.
El ímpetu con que están escritas todas las obras del músico de Bonn hace pensar que su autor alcanzó en muchos momentos una tremenda calidad de superhombre. Superhombre como humanidad exaltada y superhombre por la precisión y amplitud en la expresión de esa humanidad tremebunda. El romanticismo con el logra dar uno de los más gigantescos ejemplares de hombre y de artista de aquella época.
Pero tras aquellos momentos magníficos y los que siguieron para cumplir su decadencia, la reacción de los artistas contra la autobiografía comenzó a dibujar un desdén contra los músicos y huracanados. Después de Humanan, de Cho pin, de Berlioz-que en muchos momentos ya sólo cultivaron un romanticismo de la forma-esa reacción se fue acusando progresivamente. En Saint-Saens se formula clara y terminante y llega dominando hasta los músicos de hoy. La impasibilidad, la lucidez del artista en el momento de la creación preconizada en estos tiempos por Valéry y en otros más lejanos por Diderot, constituye, a mi modo de ver, lo más admirable, lo mas noble del arte de estos momentos. ¡que atrás se ha quedado Beethoven con su técnica limitada y su sentimiento sin límites! Al lado del arte intelectual de Ravel o de Schoenberg, la música beethoviana adquiere un aire de fenómeno, de “caso”, de arte instintivo antes que nada. Frente a las sabias arquitecturas modernas, esa música resulta turbia, caliente y hasta un poco amorfa. Sus alas tienen un cierto efecto disgregador. Claro está que esto ha de entenderse comparándola con las características muestras de los músicos de hoy-y no de todos-que han llevado la “justeza” musical a un grado que muy pronto dado un paso más se hará irrespirable.
Hoy Beethoven ha muerto. Y a muerto “del corazón”. Diagnóstico de hombres modernos.
Con cuanto desdén el músico de la “Appassionata” ha sido enterrado por las generaciones que nos precedieron no nos importa ahora. Bástenos con el simple hecho del enterramiento, evidente aunque en muchas ocasiones no se haya hablado de él todo lo debido. Seguramente la iconoclastia se ha quedado oculta tras ciertas máscaras teorizantes. No ha habido iconoclastia en la intención, pero sí en las consecuencias. Donde dice: “Todo “viva tal” lleva consigo un “abajo tal”.¿qué ha significado en realidad el famoso retorno a Mozart y la actualísima vuelta a Juan Sebastian? ¿Se pueden exaltar las normas del “Cantor” a la vez que las del músico de la Quinta? Ravel, por ejemplo, ha dado con su mozartismo la más patente prueba de desinterés por Beethoven-el Beethoven del huracán cordial, se entiende-y es lo mismo que si hubiera organizado una campaña antibeethoviana con mítines y todo. Aunque en otro orden, es el mismo caso de Valéry hablando de la Fontaine ¿Es que no quería decir algo mas que “viva La Fontaine”? Y más reciente todavía el caso de Stravinski con su reiterada sequedad y ese culto de la fuga que va inoculando en las más recientes promociones europeas.
Ante este medio hostil, parece que sobre Beethoven ha muerto ha caído una tal cantidad de tierra adversa que se diría incapaz de resurrección. Mientras las multitudes agradecidas le adoran con frenesí, los músicos parecen decididos a no acordarse de él. Si se le menciona es en terrenos exclusivamente técnicos o históricos. Pero pocos, poquísimos, le aluden con creaciones propias.
Mas en estos últimos años el jazz-band se ha ido introduciendo en nosotros hasta un extremo que ignoramos a pesar de haberse hablado ya bastante de esa invasión. Es la invasión de la música elemental que a grandes voces entró buscando al hombre primitivo.
Me parece indudable que para gustar ese refinamiento musical que constituye el jazz-band hay que saber poner al descubierto nuestro hombre elemental primitivo, nuestro ser despojado de su cultura vieja de tantos silos. Y no hay paradoja. Por refinamiento lo hemos admitido jubilosamente en el área de nuestras fruiciones estéticas. Pero esto no quiere decir que esa música sea a su vez refinada como lo sería, fatalmente, el producto que para equivalerle pudiéramos obtener nosotros. Como un alto en nuestra progresión hacia nuevas músicas necesitamos ese aire juvenil atlético natural, esa sencilla pero fuerte expresión del profundo dinamismo de nuestra alma tras tanto tiempo ya de recreaciones estéticas sobre la periferia de la música. Al mismo tiempo que constituye un maravillosa invención de formas y por tanto es capaz de satisfacer nuestra creciente curiosidad hacia nuevos hitos deleitosos, el jazz nos pone en movimiento, acelera nuestro ritmo vital frente al arte, nos apasiona en una palabra. Es la música que más nos hace bailar.
Por otra parte, la música negra con sus virtudes “humanas” es en el presente un alimento del cual gustan a un tiempo multitudes y minorías. Es una música que se da a todos en comunión y por todos es saboreada y entendida ¿y no se está repitiendo entonces el fenómeno antes sólo característico de la música beethoviana”? Músicas dinámicas ambas, ambas movimiento apasionado, human, tienen también las dos la máxima afinidad para las multitudes.
El jazz venido de la naturaleza a medios sensuales y opulentos, realiza sin embargo uno de los ideales quizá todos, de la música soviética. El patetismo elemental con una forma brusca, agria de expresión, que es anhelo de los artistas rusos de este momento se halla logrado certeramente en el jazz-band. Ese anhelo, a su vez, no es otro que el que latía en Beethoven, el músico de la revolución. Por eso él es uno de los músicos más tocados hoy en Rusia. Aún está bastante reciente el caso de un auditorio de obreros y soldados que tras la ejecución de la Novena pedía frenético su repetición íntegra.
Coincidiendo con el actual triunfo del jazz, Stavinski hace sus mejores cosas. Ya nos lo habíamos tropezado hace un momento encontrándolo por su sequedad lo bastante lejano de Beethoven para poder establecer una comparación entre ambos. Sin embargo como apunta Pasmanik-Bespalova, bien pudiera suceder que en Stravinsky hubiese una emoción, si difícil de ver actualmente, quizá ostensible en un no lejano futuro. Ya hoy se reconoce en él una “fuerza” rara en los demás compositores contemporáneos. Esta fuerza me parece de pura estirpe beethoviana. Y de ningún modo nos despistará la atracción de Stravinski por la fuga. Bach es otra cosa que ciertamente no desconoce Stravinski.
Al lado de ese, otros músicos jóvenes comienzas a apasionar un poco la música, a galvanizarla un tanto. Uno de ellos, Honneger, el más beethoviano de los músicos últimos. Un profundo temperamento musical, arraigado de la tradición más pura y abierto a las sugestiones todas del “profundo hoy”. Sus últimas obras muestran una pasión en creación, una elocuencia expresiva que quizá ningún otro músico desde Beethoven poseyó en tan alto grado. Y su fuerza, como en Beethoven, no proviene de una gran invención técnica, sino de ciertas causas internas que son las que predominan en toda su obra. Por lo que diré ahora. Honneger me parece sobre todo un músico para el porvenir.
En el inevitable movimiento de reacción que se ha de producir dentro de unos años contra la actual estética del logaritmo y el resorte, la pasión -la pasión moderna en la que los más elementales instintos juegan el papel más caracterizador y en la que el corazón ya no late una nota de color, y de calor entra la sabia técnica cada día mas depurada y entonces, con ese anhelo de la expresión de un humano patetismo nada sentimentaloide, se volverá los ojos hacia la noble postura de Luis van Beethoven y en ella se atarán todas la nuevas actitudes que es posible augurar para los futuros músicos. La obra de amplio aliento, monumental como una locomotora, como un puente o una dinamo, estremecida con temblor universal vendrá a substituir por unos años a la exquisita intima, limitada de las escuelas hoy más triunfantes.
No se trata-Dios no lo permita-de un retorno a algo, y menos al romanticismo. La autobiografía como materia de arte está francamente desacreditada y aunque no lo estuviera por gentes anteriores a nosotros bastaría el espíritu de hoy para lograr su descrédito. Lo que seguramente se avecina es un arte “integral” en el que la fuerza creadora adquiere un valor conveniente que de a la obra musical un aire menos frio que el que hasta ahora se ha venido adoptando. Me cuento ciertamente entre los más entusiastas defensores de suscitar en nosotros una cierta emoción con sólo oprimir unos resortes, sin emocionarse él es muestra de un gran dominio de la técnica y de un maravilloso grado de lucidez menta. Practicar esa estética ha sido algo tan conveniente para el hecho, seguramente se hubiera operado un gran descenso en la pare de la historia de la música que nos está correspondiente. Merced a ello las más nuevas generaciones se encuentran hoy en posesión de una técnica riquísima que saben manejar seguramente. Pero la reacción es inevitable. El aire cada vez más enrarecido en el delicado fanal de la estética necesita ser renovado con nuevos soplos vivificantes. Y esto es lo que , tal vez se está fraguando para un próximo futuro. La fuerza creadora, discurriendo por entre una teórica firme y dilatada puede llegar a dar obras todavía inconcebibles hoy, pero que se presienten fatales. No creo equivocarme al señalar la la centuria que ira de este 1927 al 2027 como la de una “cierta resurrección de Beethoven”
(El Pueblo Gallego, 29.3.1927)

© Ana Bande



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