El
peligro negro. Andrenio
Las
novelas de negros de Paul Morand son propias para dar pábulo, en los
comentarios que produce una obra literaria interesante y divulgada,
al tópico del peligro negro, a la infiltración del negro en la
civilización europea. Paul Morand que es un observador curioso de lo
raro así de lo exótico, como de los espectáculos anormales o
extraordinarios de la vida europea, probablemente no se ha propuesto
más que renovar con pinceladas de exotismo psicológico,
costumbrista y descriptivo, el cuadro de la novela. Los países que
tienen un imperio colonial extenso, vario en razas y climas producen
casi necesariamente una literatura exótica, puesto que los temas de
la literatura proceden tanto del espectáculo del mundo como de la
vida interior. El buque que exporta amanuenses y militares, los
escalafones de la administración colonial, trae de retorno
impresiones y apuntes de las lejanas comarcas tuteladas: primeras
materias para la elaboración literaria. Los viajes producen efectos
parecidos. Los
natchez, de Chateubriand, el idilio de Bernardino de Saint Pierre
fueron fruto de los viajes. La época actual, en la espuma
intelectual, pues las masas profundas no se ocupan en tales
cavilaciones, es muy aprensiva. Ve por doquiera peligros y síntomas
alarmantes. En parte es la consecuencia del choque nervioso de la
guerra: achaque de convaleciente. Hay también en ese fenómeno sus
dosis de novelería y su cuota o participación de cálculo. No pocos
de los profetas que anuncian a Europa las nuevas calamidades de
Israel buscan el medio de impresionar a la masa neutra de las
sociedades actuales, a esa opinión amorfa que no tiene más opinión
que la de vivir lo más cómodamente posible, sin riesgos ni
quebraderos de cabeza, y reducirla por el miedo a consentir las
doctrinas o las prácticas a que sirve el profeta. Cuando
el miedo al infierno ha perdido su eficacia aparece como sustitutivo
el temor a los bárbaros: la amenaza del Oriente dispuesto a tragarse
a la civilización occidental si Europa no se apresura a tomar
billete para (…), a hacer acto de contrición de sus pecados de
inteligencia y a refugiarse bajo el manto de la fe. Lo malo es que
hay poca demanda de billetes y que los viajeros toman el tren con
esperanza de hacer fortuna, como los que antaño pasaban a las
Indias. A propósito de Mada(..) de Warens la amiga de Rousseau que
por haberse convertido al catolicismo cobraba una pensión del
Piamonte se ha dicho que entonces no solo vivían del altar los
eclesiásticos, sino los conversos. Hay que reconocer que la
costumbre de estas recompensas temporales no ha desaparecido. Una
de las más visibles características del espíritu suedofilosófico
de nuestros días, en que el pensamiento está sustituido, amenazado,
por formas degeneradas de poesía, es la carencia del sentido de la
proporción. Parece que los ojos espirituales han perdido la noción
del volumen de las cosas. Porque Josefina Baker triunfa en los
“Music-Hall” de Europa y porque las orquestas negras y los bailes
negros se han generalizado en las salas públicas de danza piensan
algunos que Europa al revés del personaje de Insúa, está en
peligro de formarse un alma negra. No
es para tanto. Cada vez que oigo al “Jazz-band” en un teatro o en
un “danzing”, la impresión que me deja no es la de una pérfida
seducción exótica que se está infiltrando en el alma europea, sino
sencillamente la resurrección de la Murga, de la música agria y
chillona de los regocijos populares que vuelve con pretensiones como
un artículo colonial disfrazando su plebeyismo. El
“Jazz-band” es propio para públicos numerosos, a los que ha
estragado el oído los ruidos de nuestras ciudades trepidantes. Casa
con los bocinazos de los autos, con los anuncios luminosos, con el
ritmo precipitado de la vida urbana y con las grandes aglomeraciones
de gente. Está en armonía también con el hábito de los
movimientos violentos que desarrollas los deportes. Los bailes
actuales son los que corresponden a una época deportista y algo
acrobática. No se mueve una hoja en un árbol, ni dos pares de pies
en el “parquet” de la dana sin algún vestigio de razón
suficiente. ¿Y
Josefina Baker? Hay que decir en su honor que no es la Venus
hotentote. Tiene la atracción sensual de la mulata bien conocida por
los coloniales de todo el mundo: ese hechizo equívoco del mestizaje,
que ofrece como un acre perfume de pecado raro, de mezcla prohibida,
que se desvía un tanto del orden regular de la naturaleza.
Recordemos que en el origen de los tiempos legendarios, los ángeles
quisieron conocer a las hijas de los hombres. La
bella mulata no altera el canon de la forma estatuaria en que está
educado el europeo. Su aceptación no es un caso nuevo. Las
bailarinas sirias tuvieron un gran partido en Roma. El romano, que no
había leído el Cantar de los cantares, pero que al extenderse por
el mundo la pequeña república labriega del Lacio, había adquirido
cierta universalidad, se había ensanchado espiritualmente, llegó a
pesar de su desprecio por los judíos, a interesarse por la mujeres
de esta raza, morenas como las tiendas de Cedar, lánguidas y
ardientes como la Sulamita, con ojos de almendra y aceradas por el
amor como Esther en los harenes de Persia. Más
que en el contagio de los negros auténticos, el peligro negro de
Europa consiste en la recaída, en el espíritu mágico, en la
tendencia al primitivismo y al sentimiento de tribu, pero esto no
viene de los Estados Unidos, ni de las Antillas, ni lo han traído el
“Jazz-Band” entre sus cobres estridentes, ni Josefina entre sus
adornos de plumaje. Sales de las tumbas europeas y de la conjuración
de los intereses privilegiados.
(El
Pueblo Gallego 18.8.1928)
© Ana Bande
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