jueves, 5 de junio de 2014

El peligro negro. Andrenio. El Pueblo Gallego 18.8.192

El peligro negro. Andrenio

Las novelas de negros de Paul Morand son propias para dar pábulo, en los comentarios que produce una obra literaria interesante y divulgada, al tópico del peligro negro, a la infiltración del negro en la civilización europea. Paul Morand que es un observador curioso de lo raro así de lo exótico, como de los espectáculos anormales o extraordinarios de la vida europea, probablemente no se ha propuesto más que renovar con pinceladas de exotismo psicológico, costumbrista y descriptivo, el cuadro de la novela. Los países que tienen un imperio colonial extenso, vario en razas y climas producen casi necesariamente una literatura exótica, puesto que los temas de la literatura proceden tanto del espectáculo del mundo como de la vida interior. El buque que exporta amanuenses y militares, los escalafones de la administración colonial, trae de retorno impresiones y apuntes de las lejanas comarcas tuteladas: primeras materias para la elaboración literaria. Los viajes producen efectos parecidos. Los natchez, de Chateubriand, el idilio de Bernardino de Saint Pierre fueron fruto de los viajes. La época actual, en la espuma intelectual, pues las masas profundas no se ocupan en tales cavilaciones, es muy aprensiva. Ve por doquiera peligros y síntomas alarmantes. En parte es la consecuencia del choque nervioso de la guerra: achaque de convaleciente. Hay también en ese fenómeno sus dosis de novelería y su cuota o participación de cálculo. No pocos de los profetas que anuncian a Europa las nuevas calamidades de Israel buscan el medio de impresionar a la masa neutra de las sociedades actuales, a esa opinión amorfa que no tiene más opinión que la de vivir lo más cómodamente posible, sin riesgos ni quebraderos de cabeza, y reducirla por el miedo a consentir las doctrinas o las prácticas a que sirve el profeta. Cuando el miedo al infierno ha perdido su eficacia aparece como sustitutivo el temor a los bárbaros: la amenaza del Oriente dispuesto a tragarse a la civilización occidental si Europa no se apresura a tomar billete para (…), a hacer acto de contrición de sus pecados de inteligencia y a refugiarse bajo el manto de la fe. Lo malo es que hay poca demanda de billetes y que los viajeros toman el tren con esperanza de hacer fortuna, como los que antaño pasaban a las Indias. A propósito de Mada(..) de Warens la amiga de Rousseau que por haberse convertido al catolicismo cobraba una pensión del Piamonte se ha dicho que entonces no solo vivían del altar los eclesiásticos, sino los conversos. Hay que reconocer que la costumbre de estas recompensas temporales no ha desaparecido. Una de las más visibles características del espíritu suedofilosófico de nuestros días, en que el pensamiento está sustituido, amenazado, por formas degeneradas de poesía, es la carencia del sentido de la proporción. Parece que los ojos espirituales han perdido la noción del volumen de las cosas. Porque Josefina Baker triunfa en los “Music-Hall” de Europa y porque las orquestas negras y los bailes negros se han generalizado en las salas públicas de danza piensan algunos que Europa al revés del personaje de Insúa, está en peligro de formarse un alma negra. No es para tanto. Cada vez que oigo al “Jazz-band” en un teatro o en un “danzing”, la impresión que me deja no es la de una pérfida seducción exótica que se está infiltrando en el alma europea, sino sencillamente la resurrección de la Murga, de la música agria y chillona de los regocijos populares que vuelve con pretensiones como un artículo colonial disfrazando su plebeyismo. El “Jazz-band” es propio para públicos numerosos, a los que ha estragado el oído los ruidos de nuestras ciudades trepidantes. Casa con los bocinazos de los autos, con los anuncios luminosos, con el ritmo precipitado de la vida urbana y con las grandes aglomeraciones de gente. Está en armonía también con el hábito de los movimientos violentos que desarrollas los deportes. Los bailes actuales son los que corresponden a una época deportista y algo acrobática. No se mueve una hoja en un árbol, ni dos pares de pies en el “parquet” de la dana sin algún vestigio de razón suficiente. ¿Y Josefina Baker? Hay que decir en su honor que no es la Venus hotentote. Tiene la atracción sensual de la mulata bien conocida por los coloniales de todo el mundo: ese hechizo equívoco del mestizaje, que ofrece como un acre perfume de pecado raro, de mezcla prohibida, que se desvía un tanto del orden regular de la naturaleza. Recordemos que en el origen de los tiempos legendarios, los ángeles quisieron conocer a las hijas de los hombres. La bella mulata no altera el canon de la forma estatuaria en que está educado el europeo. Su aceptación no es un caso nuevo. Las bailarinas sirias tuvieron un gran partido en Roma. El romano, que no había leído el Cantar de los cantares, pero que al extenderse por el mundo la pequeña república labriega del Lacio, había adquirido cierta universalidad, se había ensanchado espiritualmente, llegó a pesar de su desprecio por los judíos, a interesarse por la mujeres de esta raza, morenas como las tiendas de Cedar, lánguidas y ardientes como la Sulamita, con ojos de almendra y aceradas por el amor como Esther en los harenes de Persia. Más que en el contagio de los negros auténticos, el peligro negro de Europa consiste en la recaída, en el espíritu mágico, en la tendencia al primitivismo y al sentimiento de tribu, pero esto no viene de los Estados Unidos, ni de las Antillas, ni lo han traído el “Jazz-Band” entre sus cobres estridentes, ni Josefina entre sus adornos de plumaje. Sales de las tumbas europeas y de la conjuración de los intereses privilegiados.

(El Pueblo Gallego 18.8.1928)
© Ana Bande

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